Hace mucho mucho tiempo, en un reino muy muy lejano,
sucedió algo terrible que nadie podía imaginar.
En el reino de Camelot, vivía un joven y apuesto príncipe
que estaba locamente enamorado de la mujer más bella del mundo. El apuesto
príncipe y la mujer, no tardaron en casarse y convertirse en los reyes de
Camelot. Tres meses más tarde, la hermosa reina se quedó embarazada y aquello
les colmaba de felicidad, deseaban tener un hijo varón que se convirtiera en el
heredero del reino.
Llegó el esperado día y el retoño nació. Para sorpresa de
ambos era una niña, una niña preciosa igualita que su madre, igualita que la
joven y bella reina de Camelot, a la que pusieron por nombre Elena.
Pero un hecho terrible ocurrió, la hermosa reina de Camelot
murió unos días después del parto. La reina tuvo ocasión de despedirse de su
amado y pedirle un deseo: “Volverás a
casarte –le dijo- y lo harás con una
mujer buena, que haga de madre para nuestra hija. Sólo te pido una condición:
esa mujer tendrá que ser más bella que yo”. En el lecho de muerte, el rey
aturdido prometió cumplir su deseo. Desde aquel momento en el reino Camelot ya
no brillaba el sol, la sombra del rey triste lo eclipsaba todo.
Los consejeros del rey proclamaron la noticia en los
reinos cercanos y en los reinos lejanos, a Camelot acudieron princesas de aquí
y de allá, jóvenes de la nobleza, pero ninguna más bella que la fallecida
reina. Uno de los consejeros del rey le manifestó: “Su majestad, han desfilado más de un millar de muchachas y ninguna
más bella que nuestra difunta reina. Sabed señor, que la única mujer del mundo
más bella que vuestra esposa es, vuestra propia hija, y para cumplir vuestra
promesa debéis casaros con ella”.
Después de aquellas palabras el rey anunció a su joven
hija que se casarían antes de que llegase la primavera. La joven, que no
entendía lo que estaba pasando pidió a cambio tres regalos: un vestido tan
dorado como el sol, un vestido tan plateado como la luna y un abrigo hecho de
toda clase de pieles de todos los animales que habitan el mundo. Ella pensó que
su padre jamás podría conseguirlos y de este modo, no habría boda. Pero no fue
así, los consejeros del rey sólo tardaron siete días en entregar a la muchacha
el vestido tan dorado como el sol, el plateado como la luna y el abrigo de toda
clase de pieles.
La joven princesa no sabía qué hacer, su padre estaba
obsesionado con la idea de la boda y ella no podía entenderlo ni estaba
dispuesta a aceptarlo. Así que se dijo: “me
escaparé mientras todos duerman”.
Preparó un hatillo con los dos vestidos, el abrigo y la
cadena con los dos colgantes que su madre la regaló al nacer: un camafeo con la
fotografía de la reina y el anillo de boda de esta, y huyó campo a través.
Corrió, corrió mucho al principio, siguió caminando hasta
no poder más, tenía miedo, frío y estaba muy cansada, pero no cejó en su empeño
de huir de su padre y de la descabellada idea de este. En medio de la ruidosa
oscuridad del bosque vio lo que parecía la entrada a una cueva y se metió. El
abrigo de toda clase de pieles era largo hasta los pies, tenía capucha y las
mangas eran tan anchas que podía meter una dentro de la otra. Allí, protegida
por su abrigo de toda clase de pieles se quedó dormida.
A la mañana siguiente, algo extraño la despertó, era un
lindo conejo blanco que hablaba. La susurraba al oído: “Sígueme, sígueme”. Y
ella, le siguió. Atravesaron juntos la cueva hasta que vieron un punto de luz y
encontraron la salida. ¡Wow! –exclamó la princesa al ver un gran palacio con unos
señoriales jardines y se dirigió hacía allí.
El amable mayordomo que acogió a toda clase de pieles la
advirtió que no saliera de la cocina y que bajo ningún concepto el príncipe
podía enterarse de su presencia allí.
En el palacio todos estaban muy nerviosos pues se iba a
celebrar un baile real, cuyo motivo de celebración era la elección de la futura
reina. La princesa nunca había acudido a un baile de esas características así
que pidió permiso al cocinero para asistir. “De
acuerdo, -le contestó el cocinero- pero
tienes que volver a tiempo para preparar un caldo al príncipe”.
Toda clase de pieles lucía hermosa con el vestido dorado
como el sol, el príncipe no tardó en percatarse de su presencia en el baile,
pues la muchacha era la más bella de todas cuantas allí se encontraban.
Bailaron, charlaron, rieron y no dejaron de mirarse a los ojos ni un segundo
hasta que alguien reclamó la atención del príncipe y ella aprovechó para
marcharse a preparar el caldo que más tarde tendría que subir a la habitación
del príncipe.
Elena llegó puntual a la cocina, preparó el consomé con
mucho amor, se tiznó la cara y con su abrigo de toda clase de pieles llevó el
caldo al príncipe hasta sus aposentos, pero antes de entrar, dejó caer en el
bol que contenía el caldo uno de los colgantes que su madre la regaló al nacer,
el camafeo.
Al día siguiente, se repitieron los hechos, toda clase de
pieles acudió al baile esta vez con su vestido tan plateado como la luna. Al
igual que la noche anterior acaparó toda la atención del príncipe, la resultó
muy complicado retirarse del baile pues el príncipe no estaba dispuesto a
soltarla, pero al fin lo consiguió. Llegó a la cocina, un poco tarde eso sí, y
el cocinero algo estresado la dijo: “¿Dónde
te has metido? ¡El caldo para el príncipe ya tenía que estar preparado!”
Rápida como una centella y con mucho amor, cocinó el caldo y lo subió a la
habitación. Esta vez, con las prisas no tuvo tiempo de tiznarse la cara, tan
solo se puso su abrigo de toda clase de pieles y se apresuró a realizar su
cometido.
En esta ocasión introdujo el anillo de boda de su madre y accedió a la habitación del príncipe, dejó el bol sobre la mesa y cuando se iba a marchar el príncipe la dijo: “Por favor, quédate mientras me tomo el caldo y así podrás llevarte el bol de vuelta a la cocina”. Toda clase de pieles enrojeció y se quedó paralizada junto a la puerta, quería salir corriendo de allí, pero no podía. A medida que el príncipe se tomaba el caldo, se escuchaba el tintineo del anillo chocando con la cuchara, toda clase de pieles no podía más cuando el príncipe la preguntó: “¿Sabes quién ha puesto este anillo en mi caldo?” -“No, señor” –respondió ella con un hilo de voz. “Entonces, tampoco sabrás quién puso ayer este otro objeto en mi cena”. Elena no supo qué contestar, levantó la mirada y se encontró al príncipe, allí, a un palmo de su cara, este la quitó la capucha del abrigo de toda clase de pieles y mirándola fijamente a los ojos la dijo: “Este anillo es el compañero de este otro que he puesto en tu dedo mientras bailábamos y simboliza nuestro amor. No sé quién eres, pero tampoco me importa, sólo sé que eres la mujer de la que me he enamorado y quiero pasar contigo el resto de mi vida”. Ambos, radiantes de felicidad se fundieron en un abrazo y se besaron.
Fueron felices por siempre jamás.
En esta ocasión introdujo el anillo de boda de su madre y accedió a la habitación del príncipe, dejó el bol sobre la mesa y cuando se iba a marchar el príncipe la dijo: “Por favor, quédate mientras me tomo el caldo y así podrás llevarte el bol de vuelta a la cocina”. Toda clase de pieles enrojeció y se quedó paralizada junto a la puerta, quería salir corriendo de allí, pero no podía. A medida que el príncipe se tomaba el caldo, se escuchaba el tintineo del anillo chocando con la cuchara, toda clase de pieles no podía más cuando el príncipe la preguntó: “¿Sabes quién ha puesto este anillo en mi caldo?” -“No, señor” –respondió ella con un hilo de voz. “Entonces, tampoco sabrás quién puso ayer este otro objeto en mi cena”. Elena no supo qué contestar, levantó la mirada y se encontró al príncipe, allí, a un palmo de su cara, este la quitó la capucha del abrigo de toda clase de pieles y mirándola fijamente a los ojos la dijo: “Este anillo es el compañero de este otro que he puesto en tu dedo mientras bailábamos y simboliza nuestro amor. No sé quién eres, pero tampoco me importa, sólo sé que eres la mujer de la que me he enamorado y quiero pasar contigo el resto de mi vida”. Ambos, radiantes de felicidad se fundieron en un abrazo y se besaron.
Fueron felices por siempre jamás.
Edad recomendada de los lectores: 10 – 11 años.
Argumentación
sobre los cambios realizados en la adaptación:
Uno de los motivos por los que considero que la edad
recomendada de los lectores es la indicada, es porque según Piaget, el estadio
de las operaciones concretas va de los 7 a los
11 ó 12 años. En esta etapa, el niño está capacitado para operaciones
definidas, puede hacer deducciones lógicas, pero los límites entre lo
fantástico y lo real no están todavía bien delimitados. Se inicia el proceso
hacia el pensamiento lógico, pero acepta y todavía necesita algunas respuestas
basadas en la magia.
Otro de los motivos es que en esta etapa con la
elaboración de las primeras ideas generales y la intuición de la realidad,
comienzan a interesarles poesías y cuentos un tanto más realistas. Pero aún lo
maravilloso no pierde su encanto. Literatura Infantil (Margarita Dobles).
En mi adaptación se
mantiene el esquema general de los cuentos folclóricos:
-Salida del hogar - Prueba de maduración – Creación del
nuevo núcleo familiar.
Además, mi relato respeta los aspectos fundamentales del
original que son:
- · Pérdida de un familiar (Muerte de la madre)
- · Deseo de otro familiar imposible de cumplir (El rey quiere casarse con su propia hija)
- · Quiere obligar a alguien a casarse con él.
- · Solicitud de regalos para retrasar el cumplimiento del deseo (Solicitud del los vestidos y el abrigo).
- · Los regalos se hacen realidad.
- · Huida del hogar para evitar cumplir el deseo imposible llevando consigo los regalos y otros recuerdos familiares de la infancia.
- · Pérdida y ocultación del estatus social original.
- · Llegada a un nuevo lugar donde vive en el anonimato.
- · Aprende y realiza nuevas tareas (Ayudar en la cocina)
- · Se enamora del príncipe.
- · Uso de los objetos-amuletos sacados del hogar (el camafeo y el anillo de boda de su madre).
- · Al final vuelve al estatus original (la princesa feliz se convierte en reina).
- · Los motivos y tópicos del cuento: una belleza interior de la princesa, el coraje, la autonomía y el valor de una mujer que busca la forma de huir de su entorno seguro y enamorar al príncipe.
Las
modificaciones han sido las siguientes:
- · He reducido los regalos que la princesa recibe de su madre, de tres a dos.
- · He reducido también en el mismo número los vestidos que pide al rey.
- · Como también he reducido los bailes con el príncipe, el relato con tantas repeticiones me resulta demasiado largo.
- · He omitido la persecución en el bosque por parte de los cazadores y los perros.
- · He incluido un personaje, el conejo blanco que habla y ayuda a la protagonista a encontrar una salida
Según Cervera (1984, 56-62) la literatura
fantástico-realista en cuentos y novelas cortas es tal vez la que mejor sirve a
este período. Pero también los libros de tendencia puramente realista y crítica
le interesan si saben emocionarle.
Referencias:
La morfología del cuento. Vladimir Pro.
Literatura infantil y formación de un nuevo maestro /
Isabel Tejerina Lobo. Biblioteca Virtual de Miguel Cervantes, 2005.
Monge, J.J., Portillo, R. (coords.), La formación del
profesorado desde una perspectiva interdisciplinar: retos ante el siglo XXI, Santander,
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria, 1997, pp. 275- 293.
Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Bruno Bettelheim.